diumenge, 31 d’octubre del 2010

Conciencia


Conciencia: voz interior que nos avisa que alguien puede estar mirando. (H.L. Mencken)
¿“Consciencia” o “conciencia”? Ambos vocablos provienen del latín conscientia (literalmente, “con ciencia”, con conocimiento), pero hay algunas diferencias en cuanto a sus usos y significados. Estas diferencias dependen, también, del contexto y de las fuentes consultadas. Por ejemplo, al consultar “consciencia” en la Real Academia Española, ésta la equipara a “conciencia” y añade dos acepciones más: 

2. f. Conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones.
3. f. Capacidad de los seres humanos de verse y reconocerse a sí mismos y de juzgar sobre esa visión y reconocimiento.

En cuanto a “conciencia” sin s, la RAE apunta lo siguiente:

1. f. Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta.
2. f. Conocimiento interior del bien y del mal.
3. f. Conocimiento reflexivo de las cosas.
4. f. Actividad mental a la que solo puede tener acceso el propio sujeto.

El psicólogo Peter Wrycza resume la ligera distinción entre ambos conceptos en su libro “Darse cuenta”: “Por <<conciencia>> nos referimos a lo que en inglés se llama <<awareness>>, es decir, <<darse cuenta, tener conciencia de lo que sucede>> (más específicamente, <<darse cuenta de lo que nos damos cuenta>>); y por <<consciencia>>, en inglés <<consciousness>>, a la actividad cognitiva que implica una participación consciente y cognitiva de la mente. La <<consciencia>> está más relacionada con el raciocinio y el pensamiento lógico; la <<conciencia>>, en cambio, no implica actividad racional y es más intuitiva>>”. 

En los libros y cursos de desarrollo personal estos términos se intercambian frecuentemente, aunque los autores y formadores prefieren utilizar “conciencia” por lo explicado en el párrafo anterior. Como podemos leer en la tercera acepción de la RAE para “consciencia”, la persona hace uso de esta capacidad para “juzgar”, para juzgarse; la “conciencia”, sin embargo, no valora, sino que contempla y siente. Cuando ponemos en marcha la conciencia, la mente se vacía y deja de emitir juicios de valor. Las ideas preconcebidas y los prejuicios desaparecen y nos limitamos a recibir todo aquello que captan nuestros sentidos, por sutil que sea. 

[En este bitácora diferenciaré entre "conciencia" y "consciencia". "Conciencia" será la que más utilizaré, debido a la temática que voy a tratar en este espacio -el desarrollo personal en diversos de sus ámbitos-. El adjetivo correspondiente a ambos términos es "consciente", con s, hecho que no significa que esté refiriéndome a la palabra "consciencia" sino que puede remitir a cualquiera de las dos, dependiendo del contexto].

Las personas no solemos practicar el estado de conciencia, y cuando lo hacemos no es conscientemente. La conciencia se manifiesta en tu vida cuando, por ejemplo, estás aprendiendo a conducir un coche y tienes los cinco sentidos concentrados en la causa: la vista no se desvía de la carretera, el oído atiende a las explicaciones del profesor… También aparece el estado consciente cuando te encuentras en medio de un examen en el que te juegas todo un curso: las manos notan, mediante el tacto, la textura rugosa del papel, y el gusto reconoce el sabor agrio de la boca reseca por los nervios. Es en esos momentos cuando la conciencia está a flor de piel: estás prestando atención a algo concreto y, a la vez, captas cualquier estímulo externo porque tienes los sentidos abiertos. 

Debemos distinguir, también, entre ser consciente de lo que ocurre fuera de nosotros (acontecimientos externos) y ser consciente de lo que se mueve en nuestro interior (sensaciones, emociones: algo así como tener los sentidos vueltos hacia dentro). Ambas clases de estados implican una conexión profunda con el interior de uno, independientemente de hacia dónde fijemos nuestra atención. 

La clave está en mantenerte permanentemente en un estado de conexión con tu cuerpo interno, sentirlo en todo momento. (Eckhart Tolle).

Además de los momentos de conciencia descritos anteriormente, hay muchos más en los que experimentamos estados conscientes más o menos profundos, y cada persona posee unos. Aquí van algunos entre los que, a lo mejor, puedas reconocer los tuyos:

  1. Cuando saboreas tu plato favorito.
  2. Cuando vas en bicicleta y notas el aire entrando y saliendo por tus fosas nasales, sientes la calidez del sol y oyes el sonido de la primavera. 
  3. Cuando nadas en la playa y sólo parecéis existir tú y el agua que roza cada célula de tu piel.
  4. Cuando besas a la persona que amas y tus pensamientos se diluyen, y te dedicas a sentir el beso y las caricias mutuas. 
  5. Cuando, en mitad de la clase de un profesor aburrido, te quedas como ausente. Tus músculos se relajan y los contenidos de tu cabeza se emborronan. Estás contigo mismo, sintiendo únicamente tu interior, pero si el profesor te llama la atención vuelves a tu estado natural en seguida. 
  6. Cuando llegas a lo alto de una montaña y te paras unos minutos a contemplar la belleza del paisaje, disfrutándolo sin juzgarlo. 
El estado de conciencia puede igualarse a “dejar de pensar”, “dejar la mente en blanco” o “meditar”. Está al alcance de todos -y de hecho lo alcanzamos sin darnos cuenta, como “por casualidad”-. En el estado de conciencia profunda sintonizamos con la esencia de nuestro ser y todo lo que nos rodea se torna alegre y positivo. Cuando somos plenamente conscientes de nuestro cuerpo y de nuestro entorno comprendemos el significado de la belleza, de la felicidad, de la libertad y de cualquier valor. Es posible que alguna vez hayas experimentado una sensación  indescriptible e irreprimible, una euforia enérgica que casi puedes ver cómo fluye desde ti hacia fuera. Y es posible que, entonces, hayas pensado: “Esto es la felicidad”. En esos momentos la conciencia es absoluta: te reconoces como ser humano, te aceptas con todos tus defectos y estás abierto a recibir todo lo magnífico que hay en el mundo.



 Algunos meses atrás, tras conocer a Eckhart Tolle y estudiar sus libros, me levanté y de repente lo supe: comprendí que el pensamiento es sólo algo ilusorio y que es responsable, si no de todo, de la mayoría de lo que sufrimos y experimentamos. Luego sentí que estaba contemplando mis pensamientos desde una perspectiva diferente, y me pregunté: "¿qué es esto? Qué raro es lo que me está pasando". Y de repente fui lanzado a este extraordinario y grandioso sentimiento de libertad de mí mismo, de mis problemas... Comprendí que soy más grande que lo que hago, más grande que mi cuerpo… que soy todo y todos. Que no soy un frragmento del universo, sino que soy el universo. Y desde ese día estoy intentando volver ahí. Viene y va... Es como surfear: las olas vienen, las olas van. Pero al menos sé que quiero ir y que quiero llevar a todas las personas que pueda conmigo, porque la sensación es maravillosa.

Esos estados duran segundos, minutos en el mejor de los casos. Muchas personas no los viven ni una vez en sus vidas. La mayoría de nosotros concebimos la vida como una carrera, y nos obcecamos en conseguir la medalla de oro. Nos fijamos un objetivo detrás de otro y pensamos que seremos felices y exitosos en cuanto los consigamos: “Cuando acabe la carrera, todo me irá bien”, “cuando consiga ligarme a X, mis autoestima subirá como la espuma y dejaré de tener preocupaciones”. No nos damos cuenta de que al final de la carrera de la vida sólo hay un premio, y ese premio es la muerte. La vida, en realidad, no es una carrera sino un camino, y ser conscientes nos ayuda a disfrutar del proceso en lugar de obsesionarnos con la recompensa. Mientras gastamos energías en anhelar algo que está por llegar –o, a veces, en recordar lo pasado, torturándonos por no haber actuado de forma diferente-, nos perdemos la belleza del entorno: los colores, los olores, las formas, la música de cada sonido… Ser conscientes nos ayuda a disfrutar de todo esto: nos da las claves para apreciar cada instante y cada átomo del universo. 

A menos que haya una revolución universal en la esfera de la conciencia del hombre, nada mejorará nuestra existecia humana, y la catástrofe a la que se encamina este mundo será ineludible. (Václav Havel, presidente de la República Checa)