dilluns, 13 de desembre del 2010

Ser o no ser carne de cañón para las circunstancias

José Ortega y Gasset
Yo soy yo y mis circunstancias. (Ortega y Gasset)

Mmm... qué frase tan repetida y trillada. La oímos aquí y allá, una y otra vez. Muchos estaréis de acuerdo con ella. Yo hoy me he propuesto desmentirla.

Me he dado cuenta de algo: a los seres humanos nos encanta quejarnos. Todos conocemos a alguien que parece experto en sacar el lado negativo de cualquier circunstancia. De hecho, si lo pensamos bien, de cualquier circunstancia podemos extraer tanto una visión positiva como su antípoda negativa. En mi opinión, uno de los ingredientes de la felicidad es saber encontrar la parte positiva de todo lo que nos pasa. Incluso si nos equivocamos o si lo pasamos mal en algún momento, podemos aprovechar la incomodidad para aprender y no volver a tropezar con la misma piedra.

 El modo en que vemos el problema es el problema. (Stephen R. Covey)

Las circunstancias. ¿Qué son las circunstancias? Son todo aquello que pasa ahí, en ese enorme escenario que está fuera de nosotros. Son la lluvia que inunda los suelos en abril, la cara de pocos amigos del vecino y el autobús que acabas de perder. Las circunstancias las crean las personas y también la naturaleza. En algunas podemos influir, como cuando decidimos contarle un chiste a nuestro primo para que se anime porque le ha dejado la novia; en otras, como el tiempo atmosférico o el paso del tiempo, de momento no.

Lo que sí que podemos hacer bajo cualquier circunstancia (o mejor, sobre cualquier circunstancia, que nos da más poder) es decidir de cómo y cuánto queremos que nos afecten las circunstancias. Nosotros, seres a los que se nos ha dado una razón y un cerebro que tiene más función que la de llenar nuestro atontado cráneo, tenemos dos opciones:

  1. Ser la escultura de las circunstancias: deprimirte cuando alguien cercano a ti se deprime, ponerte de mal humor cuando llueve, enfadarte cuando alguien te hace una broma, etcétera.
  2. Ser escultor de tus reacciones ante las circunstancias: mantenerte en un estado positivo aunque tu novio esté deprimido (porque, además, una persona no puede ayudar a otra poniéndose a su mismo nivel: ha de hacerlo desde uno más elevado, desde un estado OK), alegrarte cuando llueve porque podrás pisar los charcos, o estrenar un paraguas, o cualquier razón que se te ocurra; salir desde tu sentido del humor cuando alguien bromea sobre ti o contigo, etcétera.

Si hay algo que me descoloca profundamente, son esas personas que van de un estado de euforia absoluta a otro de caos desesperado. Además, sé reconocerlas porque yo actué de ese modo durante muchos años. Personas a las que un comentario negativo sobre ellas (proveniente, a veces, de alguien a quien ni siquiera conocen) consigue influir en su estado anímico durante horas... hasta que una llamada telefónica de un amigo con quien hace tiempo que no hablaban les da el subidón del siglo y les coloca en un estado de intensa "felicidad". Y pongo felicidad entre comillas porque, definitivamente, no me creo el discurso de que son esos pequeños momentos los que dan la felicidad, blablabla. La felicidad es algo que sustenta nuestro "espíritu", una identidad constante y serena que no necesita de risas desenfrenadas ni frases que quedan como un broche a quien las pronuncia (qué feliz estoy, qué felicidad siento).

La felicidad no es un estado. Nadie puede estar feliz: se es feliz. Y cuando alguien es feliz le importa un pimiento que llueva, que truene o que venga un tsunami a llevarse su casa.

El error más común consiste en confundir placer y felicidad. El placer, dice un proverbio indio, "no es sino la sombra de la felicidad". (Matthieu Ricard)

Matthieu Ricard
Vale, voy a hacer una puntualización. Yo distingo entre, digamos, dos líneas de ánimo: una, la que hace de base y de soporte; la otra, la superficial, que varía dependiendo de las circunstancias (¡no de todas!, solamente de las más importantes. Es decir, no de nimiedades como que tengo hambre y no he comido nada en todo el día = me pongo de mala leche. Depende de asuntos más graves, como la muerte de alguien cercano).

Para mí, esa primera línea base es el quid de la cuestión. Si nos construimos una base de felicidad, paz y armonía, seremos felices pase lo que pase en nuestra línea superficial. Aunque a veces las circunstancias no nos sean del todo favorables, nuestro estado profundo será de calma y felicidad. Y tejer esa línea de forma fuerte y consistente necesita de un proceso.

Buscar la felicidad fuera de nosotros es como esperar el sol en una gruta orientada hacia el norte. (Adagio tibetano)

La felicidad nunca provendrá de algo externo. La felicidad la creamos nosotros mismos con los recursos internos que tenemos. Así que, en lugar de enfocarnos en poseer más y más pertenencias materiales y moldear nuestro aspecto externo, deberíamos centrarnos en flexibilizar y cambiar nuestras reacciones ante las circunstancias. Un buen ejercicio es fijarnos en un patrón de reacción que repitamos mucho y modificarlo la próxima vez que se nos presente la oportunidad.

Y claro que al principio es más fácil y más cómodo ver el lado negativo de todo, si ése ha sido nuestro patrón durante toda la vida. No está bien visto sonreír cuando todo va mal. Quejarse es la salida preferida por muchos, porque además nos libera de toda culpa al echársela a las circunstancias. Pero no, amigos. Somos responsables de todo, de absolutamente todo lo que nos pasa. Somos creadores de las circunstancias y de lo que decidimos hacer con ellas. La queja es sólo un paso atrás en la consecución de nuestro objetivo, cualquiera que sea.

Centra tu atención en el ahora y respóndeme: ¿Qué problema tienes en este momento? (Eckhart Tolle)

¿Yo soy yo y mis circunstancias? No del todo. Desde hoy, yo soy yo y lo que hago con mis circunstancias.

3 comentaris:

  1. "Yo soy yo y lo que hago con mis circunstancias" Desde luego, lo que hacemos con ellas nos condicionará en el futuro, quizás la visión más acertada sea decir algo así como "yo soy lo que he hecho con mis circunstancias" Tampoco creo que sea del todo acertado hablar de la felicidad como algo esencialmente espiritual, lo veo más como la confluencia de el factor externo y ambiental, el factor biológico y evidentemente esa especie de predisposición espiritual a querer y creer en la felicidad. Quiero decir, al igual que un niño no puede ser feliz de la manera que lo es un adulto (por todo eso del proceso de aprendizaje, del razonamiento y la auto-realización, blablabla), tampoco puede serlo un niño etíope que se muere de hambre como lo sería un español de clase media que come todos los días 5 veces al día, como no lo son un indígena que basa su vida en la caza-recolección y un banquero europeo...Supongo que esta muy bien esa especie de estoicismo modernizado, pero creo que los humanos funcionamos de otro modo.

    Interesante reflexión (:



    Limón.

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  2. Estoy de acuerdo contigo. Sin duda a la gente le gusta quejarse, ir de víctimas y pensar que cada contratiempo que tiene es una desgracia suprema.

    Pero lo cierto es que aprendemos más y mejor de cada error y de cada caída.

    Un saludo

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  3. Como dijeron anoche en una película que vi, somos dos cosas: "lo que nos da la vida, y lo que hacemos con ello".

    Otoño.

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