dissabte, 22 de gener del 2011

La importancia de agradecer II

¿Os acordáis de que, hace unas semanas, escribí sobre lo que es el Reiki? En aquella misma entrada expuse mi deseo de comenzar un curso de esta terapia natural. Pues bien: dicho y hecho. Ayer fue la primera sesión y el lunes será la segunda y última. Después de diez horas de formación tendré el nivel uno de Reiki, lo que implica que deberé estar capacitada para canalizar la energía universal y transmitirla a otras personas a nivel físico. Me entusiasman las aplicaciones de esta disciplina tan desconocida, y mi mente ya piensa en cursar los niveles dos y tres en cuanto reúna la suficiente práctica en el uno.

El Reiki se sustenta sobre cinco principios:
  1. Sólo por hoy no te preocupes.
  2. Sólo por hoy no te enfades.
  3. Sólo por hoy honra a tus padres, maestros y mayores.
  4. Sólo por hoy gánate la vida honradamente.
  5. Sólo por hoy demuestra tu gratitud hacia todo ser vivo.
Cuando la profesora nos los presentó en el curso, se detuvo, en especial, en el último. Ya publiqué alguna vez sobre la importancia del agradecimiento, y ahora voy a volver a hacerlo porque me parece una costumbre que tenemos, en general, muy desatendida. Las palabras de la profesora resonaron en mi interior y, aunque he cumplido la rutina de escribir cada día cinco hechos de mi vida por los que estoy agradecida, me di cuenta de que no soy profundamente consciente de todo por lo que tengo que dar las gracias.

Solemos dar por hecho que todo lo que tenemos, todo lo que somos, son derechos consustanciales a la vida. La cama en la que dormimos todas las noches, la calefacción que nos abriga en casa, los platos de comida que engullimos día tras día, una salud más o menos correcta, unas amistades relativamente fieles... Son cosas que siempre han estado ahí y, si han llegado hace poco, el proceso de valoración hacia ellas no dura mucho: en seguida nos acostumbramos a su presencia y pasamos a considerarlo normal.

No nos damos cuenta de que todo lo que tenemos son regalos que nos da la vida. No sé si hemos elegido o no nacer donde hemos nacido (¿quién puede afirmar que no es así?), pero deberíamos agradecer hasta el hecho de haber venido a este mundo. Nos conviene valorar lo que tenemos y no esperar a perderlo para pensar lo bueno que había sido. Cuando nos valoramos a nosotros mismos, cuando valoramos la vida, podemos cuidar nuestra salud, tanto la física como la mental o la espiritual. No aguardamos, pues, a ponernos enfermos o a caer en un bucle depresivo para lamentarnos por nuestra óptima antigua situación y pensar en lo bien que estaríamos si la hubiéramos sabido mantener o mejorar. 
Hace algunos días fui a la piscina de mi pueblo. Hace poco que han abierto unos vestuarios nuevos, que ahora se usan cuando con los antiguos no es suficiente. Aquel día era domingo y, debido a la poca gente que estaba acudiendo a nadar, solamente abrieron los vestuarios viejos. Mientras yo estaba pagando, una mujer se encaminó hacia los nuevos. La chica de la recepción la detuvo, informándole de que ésos estaban cerrados. La mujer se quejó entre dientes y, una vez dentro del vestuario antiguo, se desahogó conmigo diciéndome que había "una gran diferencia entre los vestuarios", y que éstos deberían cerrarlos ya "porque las duchas no van" y "dan vergüenza". En primer lugar, las duchas funcionan perfectamente y la única diferencia entre los vestuarios es que unos están más desgastados que los otros. En segundo lugar, no pude evitar pensar que aquella mujer era incapaz de agradecer que, al menos, tenía un lugar en el que ducharse y que lo podía hacer todos los días, privilegio que la mayoría de habitantes de este planeta no tienen.
También creo que es importante agradecer a la vida por los amigos que tenemos. La amistad que nos brindan no es, en ningún caso, mérito nuestro: es mérito suyo, por saber dar y recibir amistad. Nuestros amigos nos dedican su tiempo porque quieren: ¿acaso no es eso de agradecer? Es algo muy grande que una persona esté contigo en lugar de trabajando para ganar dinero para sí mismo o relajándose en su casa. Y pocas veces demostramos a nuestros amigos que les queremos y que, aunque no lo sepamos conscientemente, les agradecemos que estén a nuestro lado.

La vida, y todo lo que hay en ella, es un privilegio que tenemos y que merecemos. Pero no basta con merecerlo: debemos ganárnoslo y hacernos dignos de él. Un asesino merece la vida, pero no será digno de ella hasta que sus actos viren hacia la bondad y el altruismo. Del mismo modo, alguien que fuma dos paquetes de tabaco al día merece tener salud, pero no es digno de ella, y quien desprecia o ignora a su familia se merece que le quieran, pero no se ha hecho digno de ese amor.

Aunque tardemos en ver sus frutos, un acto tan sencillo como el de agradecer con conciencia y sintiéndolo en profundidad puede obrar cambios realmente significativos en nuestra forma de ver la vida y de valorar lo que ésta nos regala.

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